1 de abril de 2025

Oesterheld

Últimamente tengo la sensación de que todo lo que recuerdo pasó hace como veinte años.

Hace como veinte años me encargaron escribir un artículo sobre Héctor Germán Oesterheld. Para eso, entrevisté a Elsa Sánchez, su viuda, y a Martín Oesterheld, su nieto.

Elsa me recibió en el departamento en el que vivía. En ese momento tenía 82 años. La dictadura no sólo había secuestrado a su marido: también a sus cuatro hijas. A las cuatro. Y a tres yernos. Y a dos de sus cuatro nietos. Se dice pronto, pero no hay palabras para expresar el horror que eso significa. Siempre me pareció increíble la entereza de esa mujer para sobrevivir, para seguir adelante, para convertir su inimaginable dolor en lucha como abuela de Plaza de Mayo.

Me contó que se enojó mucho con Oesterheld cuando él, siguiendo a sus hijas, se volcó a la militancia en Montoneros. “A mí eso me horrorizó, porque estaba en juego la vida de mis hijas –me dijo–. No podía soportar que Héctor admitiera esa situación. Y ahí fue la catástrofe nuestra. Y fue catástrofe, eh. Fue catástrofe. Pero yo quedé para aguantarla”.

Me habló también de la última vez que se vieron. A ella le costó reconocerlo. Él la esperó en un rincón oscuro de la confitería La Fragata, en la esquina de Corrientes y San Martín. Se había dejado la barba y el pelo más largo, se vestía diferente. Se ocultaba. Eran las 3 de la tarde de un caluroso sábado de 1977. Él dijo que probablemente no pudieran volver a verse por un largo tiempo. “Vos elegís, es tu decisión”, le respondió ella. Pero le hizo un ruego desesperado: “Salvá a las chicas” (tres de las cuales para entonces ya habían sido secuestradas). Después se despidieron. A él se lo llevaron el 27 de abril de ese año y desde entonces está desaparecido.

Con Martín, el nieto de Oesterheld, hablé en una plaza cerca de su casa, creo que en Villa Urquiza. “Creo que es muy simbólico –dijo– que mi abuelo [en la figura de Germán, personaje que aparece en la última parte de El Eternauta] haya estado dentro de la misma historieta, que esta haya tenido ese final, la desaparición de mi abuelo, esa búsqueda de la familia… Es todo una ensalada, yo no puedo dejar de leerlo de una forma muy personal. Ese Continum [una especie de dimensión paralela a la que viaja el Eternauta] es ese limbo, ese estado de poca certeza en el que vivimos todos nosotros”. 

“Al final, cuando ya andaba clandestino, creo que él era un personaje de esos a los que estaba acostumbrado”, agregó. “Metía una moneda en los teléfonos públicos y ¡dictaba el guion entero de una historieta! Era una cosa fascinante”.

También hablamos de los distintos proyectos de llevar al cine El Eternauta, que ya en esa época habían sido varios. Martín ponía énfasis en que una adaptación cinematográfica no podía ser igual a la historieta, no podía limitarse a llevar el cómic a la pantalla. “Por ejemplo, creo que no puede no incluirse en la película el final que tuvo mi abuelo, la desaparición”, explicaba.

Ahora, cuando ya se anunció que Netflix estrena su versión el 30 de abril, hay en las redes sociales gente que pide “no politizar” El Eternauta. Martín Oesterheld, según los créditos de la serie en IMDb, participó como consultor creativo. Me genera mucha intriga saber cómo es la adaptación, de qué manera la vida de Oesterheld se representa (o no) en la pantalla.

27 de marzo de 2025

Bayer

Últimamente tengo la sensación de que todo lo que recuerdo pasó hace como veinte años.

Hace como veinte años viajaba yo en la línea A del subte, en uno de aquellos vagones de madera que ya no existen y cuyas puertas no se abrían de forma automática, sino que había que pegarles un tirón. Yo iba apoyado sobre una de esas puertas y no me di cuenta de que habíamos llegado a una estación. Alguien pegó el tirón desde afuera y abrió; me hice a un lado. El hombre que había tironeado pasó junto a mí y se fue a parar al otro lado del pasillo, a un par de metros de mí. Su cara me resultó familiar. Me quedé mirándolo, tratando de recordar o quizá de confirmar quién era. Él se dio cuenta y se me acercó:

24 de marzo de 2025

Ir a la plaza

El 19 de noviembre de 2023 algo se rompió. Esa tarde, cuando supe que lo peor se había producido, me sentí muy mal por un montón de razones. Sabía de la tragedia que se nos vendría (no se podía esperar menos de alguien que, entre otras cosas, sólo puede interactuar con quienes están en descuerdo con él a través de burlas o insultos, y que es incapaz de usar metáforas que no hablen de pedofilia y de niños envaselinados), pero la mayor desazón fue que, como sociedad, hubiéramos elegido a un tipo –a un grupo de gente, en realidad– que niega los crímenes de la dictadura. Que reivindica a la dictadura y todo lo que eso conlleva.

11 de febrero de 2025

Una posibilidad inquietante

Me llega un mail de mi amigo Facundo. Me parece curioso, porque nunca nos enviamos mails. Leo el mensaje en la pantalla del teléfono, en diagonal, veo que Facu me dice algo así como que estaba haciendo espacio y encontró unas fotos. Fotos, dice, “de la última noche que anduviste por Argentina”. Y me adjunta los archivos de esas fotos en un formato que el teléfono no me permite abrir. ¿De qué habla? Más allá de que hace rato que no salgo de la Argentina, la forma en que está escrito el mensaje parece aludir a la época en que yo vivía en España, de la que hace bastante más rato todavía.

4 de febrero de 2025

Un día como hoy

 Un día como hoy –un martes 4 de febrero, el de 1997– empecé la facultad. (Recuerdo fechas: no me esfuerzo en memorizarlas, simplemente se quedan aferradas en mi mente con la misma facilidad con que se me borran las caras, a tal punto que muchas veces, cuando veo una película con alguien, le tengo que preguntar si la persona que está en pantalla es la misma de la escena anterior o es alguien diferente.)

24 de diciembre de 2024

La tregua de Navidad

Un cuento

Fue como en una especie de autocine o, mejor, de autoteatro: Emilio, en el asiento del conductor, y Lucía, en el del acompañante, vieron, a través del parabrisas, cómo el portón automático se desplazaba lentamente hacia la derecha, como si fuese un telón, con su propio chirrido como música de fondo. Atrás, dentro del patio, fue apareciendo el comité de bienvenida: el padre, la madre y la hermana de Lucía, sonrientes, como si hubieran ensayado la recepción. Entonces Emilio y Lucía también sonrieron. Cuando por fin el portón terminó su recorrido, el auto subió el plano inclinado que comunicaba la calle con el patio delantero y se estacionó ahí nomás, detrás de la camioneta de los dueños de casa. Emilio apagó el motor y dijo: ahí vamos. Lucía no respondió nada.

9 de diciembre de 2024

9 de diciembre de 2018

No me podía quejar: me estaba yendo a Madrid, a presentar un libro mío que acababa de publicarse allá, y llevaba en mi valija unos cuantos ejemplares de otro libro mío que acababa de publicarse acá. Además iba a visitar Londres y Barcelona. Un mes en Europa, en total. Un escenario soñado… salvo por un detalle. Cuatro días después, el sábado 24 de noviembre, en Buenos Aires, la ciudad donde vivo, se jugaría el partido más importante de nuestras vidas, y todos los ojos del mundo del fútbol se posarían sobre el Monumental, y a lo mejor yo hasta hubiera podido conseguir una entrada, como había conseguido para otros partidos de esa misma Copa Libertadores. Pero no, yo hacía el camino inverso: me iba a otro continente, a vivirlo todo a la distancia. No me podía quejar, está claro, pero tampoco podía evitar una cierta decepción.

17 de octubre de 2024

El vino de Schrödinger

A veces, cuando estoy en la cancha viendo fútbol, experimento un fenómeno extraño. Escucho un grito a lo lejos y una parte de mi cerebro me indica: “Hubo un gol. Atento porque ahora lo vas a ver”. Es, por supuesto, la parte de mi cerebro más afectada por el hábito de ver fútbol por televisión, la que sabe que siempre hay un vecino al que la señal le llega antes que a mí, la que recuerda que aunque la pantalla diga vivo siempre hay un retraso, eso que llaman delay. Desde luego, la sensación dura un instante, apenas una fracción de segundo. De inmediato, el resto de mi cerebro responde: “Estás en la cancha, idiota, estás viendo el partido en directo, sin mediaciones, nadie puede haber visto el gol antes que vos”. Me pasó muchas veces y me volverá a suceder.

3 de octubre de 2024

Algunos apuntes sobre manejar

Obtuve mi licencia de conducir hace tres años y medio. El primer paso, antes de rendir el examen teórico, fue hacer un cursito online que, además de enumerar las normas de tránsito esenciales, ofrecía algunas enseñanzas extrapolables al resto de la vida. Por ejemplo: la prioridad en la circulación no es la velocidad sino la fluidez. No importa tanto ir rápido como mantenerse en movimiento, sin detenerse. O también: si ves que alguien comete una infracción, no intentes darle una lección, ni mucho menos vengarte. Que esa persona siga su camino y vos seguí el tuyo. No recuerdo con qué palabras exactas lo decía, pero la idea era esa. Después rendí el examen práctico. Como estábamos todavía en pandemia, manejé sin un evaluador sentado al lado. Supongo que eso me vino bien. Igual me estresé y me dolió la cabeza desde varios días antes de la prueba hasta varios días después.

13 de septiembre de 2024

Cartas y latas de arvejas

Pasé hace unos días por la puerta de una iglesia ubicada sobre la avenida Díaz Vélez, frente al Parque Centenario, y me llamó la atención un cartel:

«SERVICIO DE ESCUCHA

Sábados de 10: 30 a 12 hs.

Los Escuchas te estamos esperando para ayudarte en tu aflicción.

¡Acercate!

No estés en soledad con tu sufrimiento.

Contá con nosotros para acompañarte y transitar esos momentos difíciles en tu vida.»