17 de octubre de 2024

El vino de Schrödinger

A veces, cuando estoy en la cancha viendo fútbol, experimento un fenómeno extraño. Escucho un grito a lo lejos y una parte de mi cerebro me indica: “Hubo un gol. Atento porque ahora lo vas a ver”. Es, por supuesto, la parte de mi cerebro más afectada por el hábito de ver fútbol por televisión, la que sabe que siempre hay un vecino al que la señal le llega antes que a mí, la que recuerda que aunque la pantalla diga vivo siempre hay un retraso, eso que llaman delay. Desde luego, la sensación dura un instante, apenas una fracción de segundo. De inmediato, el resto de mi cerebro responde: “Estás en la cancha, idiota, estás viendo el partido en directo, sin mediaciones, nadie puede haber visto el gol antes que vos”. Me pasó muchas veces y me volverá a suceder.

Hace unos días comentábamos con mi amigo Facundo que, para ver ciertos partidos, ahora no es imprescindible tener contratada la televisión por cable, porque las transmisiones se incluyen en la plataforma Disney Plus. Facu señaló un aspecto negativo de esas transmisiones: el delay. En ocasiones, el grito de gol de un vecino puede llegarnos muchos segundos –hasta un minuto– antes que la imagen a nuestra pantalla. En términos futbolísticos, eso es mucho tiempo. Ante tal problema, una posible solución consiste en aislarse del mundo, sellar las ventanas, ponerse auriculares, insonorizar la casa… Y sin embargo eso no alcanza. Hace falta algo más: hay que olvidarse, suspender la conciencia del delay, autoconvencerse de que uno ve lo que está sucediendo ahora mismo, como si estuviera en la cancha.

¿Cuál es el máximo delay posible para que la transmisión se siga considerando en vivo? ¿A partir de cuánto retraso pasa a ser en diferido?

Hasta entrados los años noventa era normal que la tele (abierta, en esa época casi nadie tenía cable) pasara los partidos en diferido. La transmisión comenzaba cuando en la cancha ya había terminado el primer tiempo. De ese modo, el momento en que uno veía en la tele a los jugadores irse al descanso podía coincidir con el momento en que, en realidad, el partido ya se había terminado. Y aunque fuera posible prender la radio y enterarse de cuál había sido el resultado final, mucha gente optaba por no hacerlo y verlo como si fuese en vivo.

Otro amigo, Octavio, me contó que una vez, cuando era chico (espero recordar la anécdota con un mínimo de fidelidad), estaba sufriendo con un partido que la tele pasaba en diferido. Al llegar el entretiempo, se puso a rezar pidiéndole a Dios que a su equipo le fuera bien en la segunda mitad. Lo hizo pese a que tenía absoluta consciencia de que veía el partido en diferido; es decir, de que el juego posiblemente ya hubiera concluido y, por lo tanto, ninguna plegaria podría ya afectar su desarrollo. No le importó. Para su necesidad de creer, esa asincronía constituía un detalle más bien menor.

Le conté a Facundo, mientras charlábamos sobre el delay, esa anécdota de Octavio, y me dijo que le parecía llena de lógica. La comparó con una situación en cierto sentido análoga: a una persona le entregan un sobre que contiene los resultados de un importante estudio médico; esa persona, antes de abrir el sobre, reza una oración para pedirle a la divinidad que los resultados sean buenos. Los resultados del estudio ya están ahí, impresos en el papel. Más aún, esos resultados hablan del estado de salud de la persona en el momento en que se hizo el estudio, un estado que puede haber cambiado: para bien o para mal. Así y todo, la persona no puede evitar ese acto de fe.

Entonces recordé algo que (se) me ocurrió hace poco. Una tarde, volvía caminando a mi casa. Tenía ganas de tomar vino con la cena. Y no recordaba si en mi casa había vino. Está claro que lo más práctico era comprar una botella. Si en mi casa no había, abriría esa botella; en caso de que sí hubiera, quedaría para alguna siguiente ocasión. Pero pensé en la ley de Murphy. Si compro, me dije, seguro hay un vino en mi casa. Si no compro, seguro no hay.

Le di una vuelta de tuerca más al asunto. Tal vez no era la realidad –la existencia o no de vino en mi casa– lo que determinaba mi decisión, sino al revés: mi decisión afectaba la realidad. No era Murphy sino Schrödinger. En mi casa al mismo tiempo había y no había vino, del mismo modo que en la caja cuántica el gato está vivo y muerto a la vez. Sólo al entrar en mi casa iba a saber si había vino o no, pero eso dependería de mi decisión previa: si antes yo había comprado o no lo había hecho.

Suena extraño, pero ¿no es una lógica similar a la que motiva las plegarias ante hechos ya consumados? Si comprar un vino puede provocar que haya un vino en mi casa (es decir, si las acciones del presente no tienen efecto sólo sobre el futuro sino también sobre el pasado), tal vez una oración pueda modificar lo impreso en un papel y el estado de salud de un organismo, y hasta el resultado de un partido de fútbol que ya terminó. Estaríamos hablando de milagros, por supuesto. Dado que no se puede asegurar si en mi casa había vino o no, o qué decía el papel impreso de los estudios médicos antes de abrir el sobre, o que no se haya abierto una nueva línea temporal en la que el resultado del partido sí se modificó a partir de unas determinadas súplicas, nadie se enteraría nunca de esos milagros. Unos milagros imperceptibles –esta fue la conclusión a la que llegamos Facundo y yo en nuestra charla– que tal vez estén sucediendo todo el tiempo, a nuestro alrededor, en todas partes.



3 de octubre de 2024

Algunos apuntes sobre manejar

Obtuve mi licencia de conducir hace tres años y medio. El primer paso, antes de rendir el examen teórico, fue hacer un cursito online que, además de enumerar las normas de tránsito esenciales, ofrecía algunas enseñanzas extrapolables al resto de la vida. Por ejemplo: la prioridad en la circulación no es la velocidad sino la fluidez. No importa tanto ir rápido como mantenerse en movimiento, sin detenerse. O también: si ves que alguien comete una infracción, no intentes darle una lección, ni mucho menos vengarte. Que esa persona siga su camino y vos seguí el tuyo. No recuerdo con qué palabras exactas lo decía, pero la idea era esa. Después rendí el examen práctico. Como estábamos todavía en pandemia, manejé sin un evaluador sentado al lado. Supongo que eso me vino bien. Igual me estresé y me dolió la cabeza desde varios días antes de la prueba hasta varios días después.

13 de septiembre de 2024

Cartas y latas de arvejas

Pasé hace unos días por la puerta de una iglesia ubicada sobre la avenida Díaz Vélez, frente al Parque Centenario, y me llamó la atención un cartel:

«SERVICIO DE ESCUCHA

Sábados de 10: 30 a 12 hs.

Los Escuchas te estamos esperando para ayudarte en tu aflicción.

¡Acercate!

No estés en soledad con tu sufrimiento.

Contá con nosotros para acompañarte y transitar esos momentos difíciles en tu vida.»

7 de septiembre de 2024

Años

Hoy se cumplen diez años desde que dejé de vivir en España. Fueron siete años allá. Siete años exactos, porque había llegado otro 7 de septiembre: el de 2007. Fueron unos años hermosos, cargados de descubrimientos, de experiencias, de sorpresas, de amor, de tristezas, de expectativas y desengaños, de encuentros y desencuentros, de llegadas y despedidas, de aprendizaje. No tengo pruebas pero tampoco dudas de que sería una persona muy diferente de la que soy si nunca me hubiera ido a vivir allá. 

20 de junio de 2024

Contar historias sin avisarle a nadie

“Sí hay plata. La tienen los bancos”. Eso dice un grafiti de letras rojas sobre una de las paredes de una sucursal del Banco Ciudad, en La Plata, sobre la calle 47, casi en la esquina con diagonal 74. Hace un par de semanas le saqué una foto y la subí a Instagram. Añadí el epígrafe “Una pared”, algo que suelo incluir en las fotos de grafitis cuando sospecho –tal vez subestimando a mi escaso público– que el contexto de la imagen podría no entenderse. Diez personas le dieron me gusta.

2 de mayo de 2024

Leer es aprender a leerse mientras uno lee

Hay gente que se considera apolítica. Hay gente que se enoja porque los discursos en la Feria del Libro tienen un contenido político. Hay gente que desestima incluso las manifestaciones eminentemente políticas, como las marchas realizadas en la Argentina el martes 23 de abril en defensa de la universidad públicad, porque las considera “políticas”. Pero todo es político: en especial las manifestaciones políticas, pero también los libros y su universo y la lectura y qué se lee y cómo se lee. Quiero decir algo sobre esto, pero daré un rodeo para llegar hasta ahí.

25 de abril de 2024

No te olvides que soy distinto de aquel pero casi igual

Se cumplen en estos días diez años de cuando dejé de vivir en Madrid. En aquellas jornadas de finales de abril de 2014 ya tenía casi todas mis cosas metidas en cajas, unas cajas que se apilaban en aquel departamento de la calle Santa María, a la vuelta del metro Antón Martín, en el barrio de las Letras, el barrio más lindo del mundo, que fue mi hogar durante algo más de dos años.

“Mi idea es terminar de embalar casi todo mañana”, escribí en mi diario el domingo 27. “Que para la mañana del martes sólo me quede desarmar la cama, y a la tarde limpiar todo y arreglar cuestiones de último momento. El miércoles por la mañana hacer la mudanza y, por la tarde, tomarme el micro a Pamplona”.

11 de abril de 2024

Como el tango, los libros te esperan

Tengo en mi biblioteca unos cuantos libros que todavía no leí. Libros que quiero leer, que tengo la certeza (en la medida en que la vida nos permite tener esta clase de certezas) de que algún día voy a leer. Pero más adelante. Cuando llegue el momento. En el futuro. ¿Cómo puedo estar tan seguro de que ese momento llegará? No lo sé. ¿Y cómo me voy a dar cuenta cuando llegue momento? Tampoco lo sé. Pero sé que, cuando eso suceda, lo voy a saber.

28 de marzo de 2024

Escribir para gente que todavía no existe

Hace un tiempo a Mark Zuckerberg se le dio por crear su propio Twitter y le salió algo llamado Threads, un espacio al que yo no tenía intenciones de sumarme, hasta que un día, no recuerdo si por curiosidad o por error, toqué un botoncito y creé una cuenta que no he podido borrar (si alguien sabe cómo hacerlo, por favor avíseme). Desde entonces, aunque nunca publiqué nada, me aparecen en Instagram y Facebook unas ventanas con publicaciones de Threads que se desesperan por llamar mi atención. Algunas lo logran.

14 de marzo de 2024

Como una inteligencia artificial, pero natural

Acaba de salir una “nueva” novela de García Márquez. En vida, el autor la desechó. Ahora la publican sus hijos, quién sabe si por nostalgia o por qué otros intereses. Leo que se registran dos clases de reacciones: las suaves, que señalan que de todos modos ya los últimos libros publicados en vida por García Márquez habían sido flojos, y las más tajantes, que aseguran que publicar En agosto nos vemos –así se titula el texto que Penguin Random House echó a rodar hace algunos días– es una vergüenza y una falta de respeto.