14 de marzo de 2024

Como una inteligencia artificial, pero natural

Acaba de salir una “nueva” novela de García Márquez. En vida, el autor la desechó. Ahora la publican sus hijos, quién sabe si por nostalgia o por qué otros intereses. Leo que se registran dos clases de reacciones: las suaves, que señalan que de todos modos ya los últimos libros publicados en vida por García Márquez habían sido flojos, y las más tajantes, que aseguran que publicar En agosto nos vemos –así se titula el texto que Penguin Random House echó a rodar hace algunos días– es una vergüenza y una falta de respeto.

¿Podía esperarse otra cosa? No era más que un borrador descartado, uno de los tantos proyectos que todo creador deja de lado a lo largo de su vida. “Para un escritor también es importante lo que no publica”, me dijo Ricardo Piglia en una entrevista. En cualquier caso, alguien decía por ahí que lo que le llamaba la atención no era la unanimidad en las opiniones, sino el hecho de que nadie se quejara de haber pagado una buena cantidad de dinero para obtener el libro. Un dinero que probablemente podría haber destinado a mejores fines.

Tal reflexión me hizo pensar en una noticia de hace algunas semanas. Amazon resolvió limitar a tres la cantidad máxima de libros que un autor puede autopublicar en su plataforma por día. No es un error: ahora el máximo es tres libros por día por autor. ¿De qué clase de sinsentido estamos hablando? De libros creados por inteligencia artificial. Parece que hay gente que se dedica a “generar” (no sé cuál sería el verbo más apropiado) libros de esa manera y a ofrecerlos sin aclarar que la obra no ha sido creada por un ser humano. Esos libros se venden. Hay gente que paga por ellos. La persona detrás de la operación gana dinero.

¿Por qué alguien compra un texto del que no tiene absolutamente ninguna referencia más que las que aparecen en la propia página de venta del texto? (Escribo texto y no libro de manera deliberada, claro; un libro impreso, un artefacto de tinta y papel, puede llamar nuestra atención –incluso si carecemos de todo dato previo sobre él– por múltiples motivos: su portada, su forma, su olor, su peso, sus texturas, su antigüedad, las anotaciones manuscritas y otras huellas en sus páginas, hasta por algún error en su impresión o encuadernación que lo torne un objeto curioso; características por completo ajenas a los archivos digitales.)

Parte de la explicación la encuentro en la lógica del best seller, descripta por César Aira en un artículo al que siempre vuelvo. Dice Aira que “el libro literario siempre es parte de una biblioteca”, y por tal razón “aislado vale muy poco en términos de placer y saber”. En cambio, “en el género best seller importa más el libro que su autor […] Esta es una de las ventajas del best seller, una de sus ventajas de mercado, podría decirse: que se presenta autónomo, seductor en sí mismo […] Es simétricamente veraz en dos planos: dice lo que quiere decir, y lo ofrece como lo que es”. A tal punto es autónomo y seductor en sí mismo que en Amazon sucede lo que sucede: no hace falta más que una página web que hable del texto para vender ese texto.

Los extremos se tocan: si en el best seller importa más el libro que el autor, en la “nueva” novela de García Márquez lo único que importa es el autor. ¿Cuánto falta para que Penguin Random House le pida a la inteligencia artificial que escriba una nueva novela de García Márquez?

Hace unos días, Ethan Mollick, profesor estadounidense especialista en inteligencia artificial, dio en Amazon con una biografía suya creada por inteligencia artificial. “118 páginas de vaguedades repetidas y en bucle sin ningún hecho verdadero –describió en Twitter–. Sólo se utilizó como fuente mi biografía académica oficial”. Poco después encontró en Amazon un Workbook (“libro de trabajo”) sobre Co-intelligence: Living and Working with AI (A Practical Guide), el último libro de Mollick… que todavía no se publicó. “El problema con el contenido generado por inteligencia artificial en Amazon ya es grave –concluye Mollick–. Se necesitará curaduría”.

(Cada vez será más difícil, por cierto, distinguir los textos, imágenes y otros productos creados por personas de los contenidos desarrollados por inteligencia artificial. Ya hay quienes señalan la necesidad de introducir en las búsquedas en Google la fórmula “before:2022” para asegurarse de que los resultados sean, digámoslo así, humanos. Tal vez estamos parados sobre un borde, un abismo tan grande que no lo podemos ver; tal vez acabamos de cruzar una frontera y no nos damos cuenta, del mismo modo que los europeos de 1493 ignoraban que acababa de terminar la Edad Media y de comenzar la Moderna.)

Por lo demás, yo acá ando, como tantos de ustedes, haciendo malabares para sobrevivir a una economía gobernada por una banda de desquiciados y canallas, sin la menor intención de comprar ni de leer lo “nuevo” de García Márquez ni muchos menos textos digitales sólo recomendados en una página web. Me tiene muy contento haber encontrado en estos días algo que buscaba desde hacía un montón: la Autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein. Un ejemplar llegado al mundo en 1978. Igual que yo. Cuenta la última página que “Gertrude Stein dijo: ‘No pareces muy decidida a escribir tu autobiografía. Bueno, pues ¿sabes qué voy a hacer? La escribiré yo. La voy a escribir yo del mismo que Defoe escribió la autobiografía de Robinson Crusoe’. La escribió, y aquí está”. Una autobiografía escrita por otra. Como si fuera una ghost writer. O como una inteligencia artificial, pero natural.