29 de febrero de 2024

Libros nuevos, libros leídos, libros usados

Hace algunas semanas, durante una conversación, conté que había leído un libro de mi librería, es decir, uno de los ejemplares a la venta en Esmeralda Libros. La persona a la que se lo conté se sorprendió: puso cara de que le parecía mal –creo que un poco en broma y un poco en serio– porque ahora ese que yo había leído era un “libro usado”. A mí me sorprendió su sorpresa, ya que no considero que haber leído el libro sea poco ético ni malo ni negativo. Más bien al contrario, me parece valioso y necesario leerlos, conocer los libros que uno vende, poder hablar sobre ellos.

La charla me llevó a pensar en el concepto de libro usado. Cuando hablamos de libros usados nos referimos a ejemplares que cargan con evidentes huellas de lectura: están ajados, gastados, subrayados o anotados, pueden llevar el nombre de su antiguo propietario, dedicatorias de puño y letra, a menudo hay páginas amarillentas o dobladas o manchadas de café o de maquillaje o de lágrimas o quién sabe de qué otras sustancias, incluso el lomo en ocasiones se deforma, y si la encuadernación es mala puede haber páginas sueltas o a punto de desprenderse.


Los libros no son como los autos ni como los electrodomésticos: no se rigen por cuentakilómetros ni obsolescencias programadas. ¿Cuántos libros habían sido leídos antes por los libreros o por otras personas en la librería y sin embargo luego los compré como nuevos? ¿Cuántas veces fui yo quien leyó largos pasajes en una librería después de abrir un volumen al azar y, tras depositar la vista en un párrafo cualquiera, sentir que no podía despegarme de él? Salvo los ejemplares que recibimos envueltos en el plástico original con el que salen de la imprenta, o aquellos que tienen los bordes de las páginas todavía un poco pegados entre sí, como un recuerdo de la guillotina que los emparejó, y que cuando los abrimos y hojeamos dejan escapar ese embriagador perfume a libro nuevo, salvo en esos casos, digo, todos los libros que nos vendieron como nuevos pueden haber sido leídos con anterioridad. Y no por eso dejaron de ser nuevos.

A menos que uno sienta que de algún modo los libros se transforman o se cargan de energía o algo así cuando uno los lee. Puede sonar un poco absurdo, pero, por ejemplo, si yo compro la última novela de un autor al que admiro y el librero al entregármelo me cuenta que me estoy llevando el ejemplar que el autor tuvo en sus manos y del que leyó algunos fragmentos durante la presentación de la novela, bueno, tal vez sea un poco especial llevarme y tener conmigo precisamente ese ejemplar. Aunque también podría ser una mentira del librero, claro, y en ese caso la energía o el aura o lo que sea que tuviera de especial ese ejemplar se lo estaría otorgando el propio librero, o yo mismo al creer en su mentira. Así es como funcionan estas cosas.

En cualquier caso, me parece claro que no es lo mismo libro leído que libro usado. El hecho de que un ejemplar haya sido leído o no es una circunstancia; que sea usado es una condición, una característica física, notoria, irreversible. Mis hábitos de lectura, por cierto, hacen que al leer un libro nuevo (siempre que sea de mi propiedad, desde luego) lo convierta a la vez en un libro leído y en un libro usado, porque lo subrayo y a veces lo anoto y en cierto sentido me esfuerzo por que se note mi paso –el paso de mi lectura– por sus páginas. He alcanzado una edad en que cada tanto me cruzo con algún libro que tengo desde hace muchos años y no recuerdo si lo leí o no, y si lo hojeo y no veo ninguna marca de lectura (porque a dejar huellas al leer también se aprende con el tiempo) no tengo manera de resolver esa duda. De alguna forma, es para mí un libro no leído, incluso aunque lo haya leído; y si estuviera lo suficientemente bien conservado hasta podría ser un libro nuevo.

(Hace casi una década dejé de vivir en España y me reencontré con mis libros que habían quedado en Argentina, entre los cuales descubrí algunos que no recordaba que tenía. Al ver Sudeste, de Haroldo Conti, pensé: “Qué bueno, hace mucho que tengo ganas de leer este libro, ahora lo voy a poder leer”. Inmediatamente después lo abrí… y encontré mis propios subrayados.)

Una aclaración, por si hiciera falta: cuando leo un ejemplar que pertenece a Esmeralda Libros, lo trato con un cuidado y una delicadeza que lo mantienen nuevo, en un estado indistinguible del de los demás.

Y un comentario final: también existen libros usados pero no leídos. Libros erosionados por el tiempo, por las mudanzas, por los elementos, por la desidia, por el olvido. Libros que nadie leyó utilizados para ocupar espacio en estantes, para adornar paredes, para completar colecciones, para simular afición lectora frente a los demás, para esconder en su interior dinero u otros objetos valiosos, para emparejar patas de muebles, para ser ofrecidos perpetuamente en librerías de usados. Muchos libros, a qué negarlo, parecen haber sido escritos menos para ser leídos que para ejercer esas dispares y no siempre innobles funciones.