A veces, cuando estoy en la cancha viendo fútbol, experimento un fenómeno extraño. Escucho un grito a lo lejos y una parte de mi cerebro me indica: “Hubo un gol. Atento porque ahora lo vas a ver”. Es, por supuesto, la parte de mi cerebro más afectada por el hábito de ver fútbol por televisión, la que sabe que siempre hay un vecino al que la señal le llega antes que a mí, la que recuerda que aunque la pantalla diga vivo siempre hay un retraso, eso que llaman delay. Desde luego, la sensación dura un instante, apenas una fracción de segundo. De inmediato, el resto de mi cerebro responde: “Estás en la cancha, idiota, estás viendo el partido en directo, sin mediaciones, nadie puede haber visto el gol antes que vos”. Me pasó muchas veces y me volverá a suceder.