4 de febrero de 2025

Un día como hoy

 Un día como hoy –un martes 4 de febrero, el de 1997– empecé la facultad. (Recuerdo fechas: no me esfuerzo en memorizarlas, simplemente se quedan aferradas en mi mente con la misma facilidad con que se me borran las caras, a tal punto que muchas veces, cuando veo una película con alguien, le tengo que preguntar si la persona que está en pantalla es la misma de la escena anterior o es alguien diferente.)

La tarde de aquel día tuve la primera clase del curso de ingreso en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, en el viejo edificio de la calle 44. Lo viví con mucha naturalidad. Tardé muchos años en tomar consciencia de la importancia de aquel acontecimiento: era el primer miembro de mi familia, tanto por el lado paterno como por el materno, en asistir a la universidad. Y lo hacía en un momento en que la situación económica en mi casa era muy precaria, algo de cuya verdadera magnitud también tardé en comprender. Mis viejos siempre nos habían dicho, a mi hermano y a mí, que cosas materiales podían darnos muy pocas, pero que algo que nos darían era educación. Y cumplieron. Ellos y la universidad pública, en la que entré a estudiar algo que no tenía nada que ver con el industrial en el que había cursado la secundaria. En aquella primera clase, hace hoy veintiocho años, la profesora (una mujer de cuyo aspecto, por supuesto, no recuerdo ni el menor rasgo) habló de Rodolfo Walsh –a quien yo no conocía ni de nombre– y en un radiograbador que ella misma había llevado puso un casete y escuchamos un pasaje de Operación Masacre leído por el propio Walsh, y después leímos el autorretrato de Walsh, ese en el que, a sus casi cuarenta años, afirmaba que había sido traído y llevado por los tiempos, que todavía se sentía disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces, y que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.