27 de marzo de 2025

Bayer

Últimamente tengo la sensación de que todo lo que recuerdo pasó hace como veinte años.

Hace como veinte años viajaba yo en la línea A del subte, en uno de aquellos vagones de madera que ya no existen y cuyas puertas no se abrían de forma automática, sino que había que pegarles un tirón. Yo iba apoyado sobre una de esas puertas y no me di cuenta de que habíamos llegado a una estación. Alguien pegó el tirón desde afuera y abrió; me hice a un lado. El hombre que había tironeado pasó junto a mí y se fue a parar al otro lado del pasillo, a un par de metros de mí. Su cara me resultó familiar. Me quedé mirándolo, tratando de recordar o quizá de confirmar quién era. Él se dio cuenta y se me acercó:

–Perdón, ¿le hice daño?

–No, no, para nada.

Por supuesto dejé de mirarlo, y enseguida me bajé del subte, y me quedé con la duda de si efectivamente era –o nada más se parecía a– Osvaldo Bayer.

Semanas después le tuve que mandar un mail a Bayer, porque estaba escribiendo un artículo sobre Osvaldo Soriano y me sugirieron incluir un testimonio suyo. Bayer en ee momento estaba en Alemania, donde pasaba una parte del año. En el mail incluí lo siguiente a manera de posdata:

“¿Puede ser que hace pocas semanas usted haya viajado en el subte, que haya subido en la estación Sáenz Peña de la línea A rumbo a Plaza de Mayo, que luego de subir se le haya acercado a un muchacho que estaba apoyado en la puerta por la que usted subió y se había quedado mirándolo, y le haya preguntado si le había hecho daño, y el muchacho le dijo que ‘no, no, para nada’? Si ese hombre era usted, entonces nos conocemos: ese muchacho era yo”.

Al día siguiente, Bayer me respondió. Me habló de Soriano, al que consideraba su mejor amigo, y contaba que su amistad había nacido de una pelea, porque a comienzos de los setenta Soriano había criticado un libro suyo de una manera que a Bayer le pareció desastrosa, y Bayer llamó al diario y le dijo al director que el autor de esa crítica era un analfabeto que no tenía idea de nada y le dijo a Soriano que debía darle vergüenza haber escrito esa barbaridad.

Y en respuesta a mi posdata, escribió:

“Sí, fui yo. Es que creí que al abrir la puerta del subte con demasiada energía, lo había golpeado en la mano, porque usted me quedó mirando. Por eso le pedí disculpas. Menos mal que no nos enojamos, sino nuestra amistad hubiera comenzado lo mismo que la mía con Soriano”.

Otra posdata: Años después (hace menos de veinte), con mi querida amiga Mariana, fuimos a tomar un café en un bar de Bernal, que funcionaba en la casa donde Bayer vivió parte de su infancia (muy cerca de Ahijuna FM, la radio en la que trabajaba Mariana y en la que Emiliano y yo hicimos un programa hace algunos años). La moza que nos atendió era una chica muy joven. Le preguntamos por la casa y por Bayer y la chica no tenía idea de a quién le estábamos mencionando. A lo mejor, hoy esa chica sí sabe quién fue Osvaldo Bayer.